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Chercher l’argent

Publicado: 11/11/2012 de Fernando Lario en Ética y moral, Economía, Política Nacional
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Hace pocas semanas Xavier Sala i Martín, un catalán profesor de Economía de la Universidad de Columbia, en Nueva York, lanzó a los cuatro vientos la proclama de que una Cataluña independiente sería económicamente tan próspera como Mónaco y los mercados harían cola para financiar su gasto público a precios incluso inferiores a los que disfruta Alemania. Todos lo medios de comunicación catalanes, y buena parte de los del resto del país, se hicieron eco del comentario. Los primeros, para alentar y apoyar los criterios soberanistas de un sector de su población que ha sido lenta y dedicadamente adoctrinada en una mezcla de victimismo y odio, con el no ya beneplácito sino la complicidad de los partidos nacionales a ambos lados del espectro político, alguno de cuyos líderes, de triste recuerdo, llegó a decir, a cambio de apoyos políticos, que el concepto “nación” era discutido y discutible. Los segundos, como expresión de la perplejidad que producía oír a un profesional de la economía confundir la posición y realidad histórica, así como sus modelos productivos, de Cataluña y Mónaco.

Yo siempre he mantenido que el ser humano actúa racionalmente y, cuando algo no parece tener mucho sentido, hay que ir a buscar las razones personales que impulsan actuaciones aparentemente carentes de racionalidad. Los franceses acuñaron, en el siglo XIX, la frase “chercher la femme” (busca a la mujer) apuntando a una contrapartida de favores sexuales como probable explicación de comportamientos aparentemente carentes de lógica. En los tiempos que vivimos, la liberación, en todos los órdenes, de la mujer no ha convertido esa frase en obsoleta pero sí la ha sacado del primer plano para trasladarla a uno inferior. Aunque pueda no resultar, según de qué ángulo se mire, lisonjero para las señoras, la frase hoy debería ser “chercher l’argent” (busca el dinero) para la explicación de actitudes de otro modo inexplicables.

Lo que nos devuelve de nuevo al Sr. Sala i Martín. Cuando un profesional especializado en macroeconomía, doctorado en Harvard y catedrático de Columbia -una de las universidades más prestigiosas del mundo- dice semejante estupidez, uno no tiene más remedio que buscar explicaciones en modelos menos ortodoxos que el simple pensamiento racional. Y, dada la distancia entre Nueva York y Cataluña, es poco probable que haya sido una “femme” quien impulse a ese señor a realizar tan peculiar afirmación. Por otro lado, la posición de profesor de una universidad como Columbia no solo da un considerable prestigio sino que está además razonablemente bien pagada. ¿Tendremos que descartar también “l’argent” como fuente de inspiración y considerar que se trata de un caso de fanatismo nacionalista? Tal vez, pero no cabe duda de que ese señor es un intelectual, lo que, en principio, es incompatible con el fanatismo. ¿Entonces …?

Por fin la prensa nos acaba de ofrecer la solución al aparentemente insoluble dilema: resulta que las más altas instancias de Convergència i Unió (CIU) cuentan con el Sr. Sala i Martín para el cargo de Conseller de Economía de Cataluña. Por fin podemos poner el punto sobre la “i” y encontrar racionalidad a lo aparentemente irracional. Se trata, como es tan común en estos tiempos, de “l’argent” después de todo. L’argent que a muchos compensa, en nuestra sociedad, del rubor de decir tonterías.

¿L’argent? ¿Es que gana más un conseller catalán que un profesor de Columbia? En sueldo limpio, posiblemente no. Pero solo tenemos que contemplar la situación patrimonial de gran parte de los políticos que han ocupado altos cargos en este país, y, en algunos casos, la de su entorno familiar más próximo, para comprender que el sueldo es lo que menos importa. Así que ya podemos entender la motivación del Sr. Sala i Martín, la razón detrás de su carencia de rubor a la hora de comparar las economías de Cataluña y Mónaco. Y, conviene recordar, donde no hay rubor es difícil que haya ética.

En política, Sr. Sala i Martín, no basta con serlo; hay que parecerlo. Y en este momento, señor mío, es muy posible que usted lo sea, pero desde luego dista mucho de parecerlo.

Mediocridad, según Forges

Publicado: 06/09/2012 de Fernando Lario en General

   Creo que la mejor manera en que puedo reiniciar la nueva temporada, tras las vacaciones estivales, es reproduciendo un escrito que Forges publicó en mayo pasado. Me he referido en muchas ocasiones anteriores al cultivo de la mediocridad que venimos practicando en España desde hace décadas; pero el genial humorista, que esta vez escribe muy en serio, hace un análisis detallado de los síntomas que nos llevan necesariamente al diagnóstico final: somos un país donde solo triunfa la mediocridad.

El triunfo de los mediocres, por Forges

Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo. 

Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con otra batería de medidas urgentes o una huelga general. 

Reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel. 

Admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un país mediocre. Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente. 

Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Porque son de los nuestros. 

Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado  natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia.

– Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura.

– Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un presidente que hablara inglés o tuviera unos mínimos conocimientos sobre política internacional.

– Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo.

– Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado.

– Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir.

– Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro, que sin embargo, encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino bromean sobre sus deportistas.

– Mediocre es un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada –cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada.

– Es Mediocre un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza.

– Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.

Suscribo íntegramente esta opinión que se podría dar en tono de voz más alto pero nunca con mayor claridad. Es una llamada de atención a la realidad para que, en vez de quejarnos todo el rato sobre nuestros infortunios echando, como es habitual, la culpa a los demás, entendamos de una pajolera vez que la causa está en nosotros mismos, en nuestra actitud ante la vida y en nuestros comportamientos sociales. Dejémonos ya de «conspiraciones judeo-masónicas» –la sombra de Franco sigue afectando nuestro pensamiento– y enfrentémonos a la realidad, aún triste y dura como es de aceptar. Solo ese reconocimiento nos puede salvar como país y permitir que dejemos un legado decente a nuestros hijos.

Winston Churchill escribió que solo hay una cosa peor que ganar una guerra, y es perderla. Cuando nos vemos en ella de forma inevitable, hay que poner todos los medios, realizar todos los esfuerzos y sacrificios, asumir todas las pérdidas para tratar de evitar la derrota. Porque, por alto que sea el precio de la victoria, siempre pagará un precio más alto el derrotado.

Nos hallamos hoy sumidos en una guerra; económica, pero no por eso menos guerra. Una guerra en la que hay que batirse con la misma energía, decisión y utilizando el lenguaje adecuado, que en un enfrentamiento militar. El lenguaje militar son las balas; el lenguaje económico es el dinero. Los militares atacan para ganar territorio, debilitar al enemigo y así conseguir la victoria; los mercados atacan para ganar dinero. Y cuanto más debiliten a su objetivo, más dinero ganarán. No es un ataque en el sentido estricto del vocablo; no contiene odio ni malos deseos. Solo es una ventana de oportunidad para ganar dinero, que es la misión de las instituciones que componen el mercado. Cuando las fuerzas están equilibradas, los mercados ganan menos. Cuando se produce un desequilibrio, lo aprovechan para ganar más. Y la única manera de defenderse de ello es crear las fuerzas que restablezcan el equilibrio.

Cuando Lehman Brothers cerró sus puertas, dejando detrás una enorme montaña de basura y creando con ello una crisis financiera que se extendió a la economía mundial, el gobierno de Estados Unidos reaccionó inmediatamente identificando con rapidez los bancos que eran clave para el mantenimiento del sistema, inyectándoles cantidades masivas de dinero público y obligándoles a aceptarlas, aunque en unas condiciones suficientemente onerosas como para inducirles a su devolución rápida. Al mismo tiempo, dejó caer a todos aquellos bancos cuya quiebra perjudicaría solo a sus accionistas y no al sistema financiero en general. Los americanos ahí actuaron con contundencia y decisión: primero salvemos el sistema; luego, buscaremos a los posibles culpables; y mientras, aquellas entidades que no afecten al sistema, son problema de sus accionistas, no del gobierno. Son las bajas que hay que aceptar para ganar la guerra.

Y la ganaron. La economía americana está en clara recuperación, aunque sea lenta; su burbuja inmobiliaria, tan grande como la nuestra, está ya estabilizada, los precios de la vivienda tocaron fondo hace algún tiempo y llevan ya tres meses marcando subidas tímidas pero claras y definidas; el paro ha descendido del 10% al 8,2%; la mayor parte de los fondos públicos cedidos a los bancos han sido ya devueltos al Tesoro, con intereses; los bancos ayudados se han reestructurado y recapitalizado por otras vías; la crisis se ha superado a un mínimo costo para el contribuyente; y en todo ese proceso el interés general ha primado sobre el particular, ha habido consenso total en ambos lados del Congreso y el Senado, y los sindicatos, aún siendo poderosos en afiliación y economía, no han organizado conflictos laborales. Ha sido un ejercicio de responsabilidad colectiva. Y los mercados, ante el mensaje inequívoco de la Reserva Federal y el Tesoro de que intervendrían con nuevos recursos cada vez que lo consideraran necesario, han entendido que allí no había terreno para incrementar sus beneficios. El equilibrio se ha mantenido y el Tesoro americano se está financiando a tipos muy bajos.

En otro orden de cosas, el año pasado el Banco Nacional de Suiza se vio obligado a intervenir cuando el cambio del Franco suizo, como consecuencia de un gran incremento en la demanda, llegó a niveles que perjudicaban seriamente la competitividad de la industria del país. Y lo hizo con determinación, anunciando en un comunicado claro y terminante que intervendría masivamente, vendiendo francos en cantidades y cuantas veces fueran necesarias para asegurar el mantenimiento de un tipo de cambio alrededor de 1,20 francos por euro. Y lo hizo. En dos horas cesó completamente la especulación hacia una subida del franco y éste bajó a 1,20. Quienes lo habían estado comprando a 1,40 con la expectativa de que siguiera subiendo, tuvieron que vender precipitadamente y perdiendo dinero. Desde entonces, el Banco Nacional de Suiza ha intervenido varias veces para equilibrar las fuerzas del mercado, y el tipo de cambio se ha mantenido en su techo previsto sin más tensiones especulativas. Los mercados captaron el mensaje porque se dio en el lenguaje que ellos entienden.

Podría citar otros casos en que la intervención decidida, clara y en el lenguaje adecuado ha impedido otras crisis bancarias en los últimos 30 años, pero no quiero extenderme demasiado. Por el contrario, la tibieza, timidez y torpeza del Gobierno Británico al principio de los años 80 dejó sin apoyo político al Banco de Inglaterra y el resultado fue una importante pérdida de sus reservas en divisas, forzó la salida del Reino Unido del Mecanismo de Cambios Europeo y permitió que George Soros, uno de los mayores especuladores financieros del mundo, obtuviera unos beneficios de 2.000 millones de dólares. Si el Banco de Inglaterra hubiera tenido el apoyo político necesario para hablar en el idioma que entiende George Soros y sus mariachis, jamás habría éste ganado la partida. Pero apostó a que no lo tendría y ganó. La culpa es de los políticos británicos de su época, no suya. El hizo bien su trabajo y ellos no.

La solución no es vilipendiar a los especuladores y encarcelarlos, como la solución a los problemas laborales no es encarcelar a los sindicalistas. Los mercados, tanto el laboral, como el económico o el financiero, se mueven por fuerzas que actúan en defensa de los intereses que representan. Y el sistema funciona ordenadamente cuando estos mercados mantienen un equilibrio. La misión de los gobiernos es asegurarse de que ese equilibrio se mantiene dentro de un orden y niveles no dañinos al sistema, o sea al interés general. Los especuladores son no solo positivos sino necesarios porque proporcionan una considerable liquidez a los mercados, que de otro modo no tendrían. Contribuyen al equilibrio, y no al contrario como piensa la mayoría de la gente. Pero es necesario hablarles en el idioma que entienden.

¿Qué está ocurriendo con la crisis de deuda soberana española e italiana? Pues que, por haber hecho mal los deberes desde el principio, y por no querer cantar el mea culpa y pagar el precio político y económico que ello conlleva, los mercados están recibiendo muchos mensajes, pero todos en un idioma que no entienden. Es como si a una fuerza militar, bien entrenada y equipada, la atacáramos con una fuerza policial que dispara balas de goma. Por muy convincentes que intentaran sonar y parecer los policías, los militares se partirían de la risa y seguirían avanzando inexorablemente. Que es lo que hacen las instituciones que nos prestan dinero, cada vez más caro.

¿Significa eso que los prestamistas tienen dudas de nuestra capacidad para devolver los préstamos, como nos quieren hacer creer? Para nada. Si fuera así, no nos lo prestarían. Y cada vez que salimos al mercado con una emisión de deuda, ésta está suscrita entre dos y tres veces. La demanda está ahí. Pero nos ven tan debilitados, que piden más y más dinero a cambio. Es su trabajo.

¿Cómo se combate eso? Hablando a los mercados en el idioma que entienden. Una medida efectiva sería declarar desierta una de las emisiones de deuda, negándonos a pagar el precio que nos piden. Los mercados entienden ese idioma. Pero claro, eso es muy difícil de hacer cuando estás tan entrampado que te mueves en el filo de la navaja para poder pagar tus deudas y obligaciones. La otra es que el Banco Central Europeo intervenga con un mensaje similar al que dio en su día el Banco Nacional de Suiza, que es lo que piden todos los dirigentes políticos de los países del sur de Europa. Pero para eso, esos políticos tienen que dar mensajes claros y tomar medidas contundentes porque el que estén entrampados hasta las cejas no es culpa del BCE ni de los demás países europeos que han estado haciendo sus deberes y gestionando sus fondos públicos con responsabilidad y rigor. Y eso es precisamente lo que no hacen. En vez de decidir medidas drásticas y urgentes, anunciarlas y tomarlas, se dedican solo a avanzar pasito a pasito, reaccionando en vez de actuando, con lo que ni el BCE ni el resto de los países se lo creen. Y los partidos, que de haber gobernado ellos tendrían que hacer lo mismo, porque no hay otro camino, se dedican a criticar y quemar al gobierno intentando así sacar beneficio político y dando evidentes muestras de su degeneración moral. De los sindicatos franquistas que aún tenemos, prefiero no hablar. Todo ello algo diametralmente opuesto a lo que pudimos ver en Estados Unidos.

Así que estamos en una encrucijada en la que nos hemos metido por nuestra estupidez y mala cabeza, y de la que no sabemos salir por exactamente las mismas razones. Llevamos casi cuarenta años siendo conscientes de la inoperabilidad y expolio de nuestros partidos, pero sin hacer nada para resolverla. Como mucho, nos abstenemos de votar, que tiene precisamente el efecto contrario: votan mayoritariamente los fanáticos y los estómagos agradecidos, con lo cual todo sigue igual. Nuestro gobierno debería tomar de una vez y por todas, haciendo uso de su confortable mayoría absoluta en vez de andar de puntillas y con miedo, todas las medidas necesarias, por dolorosas que sean, para que la UE entienda que se están realmente haciendo reformas y no aplicando paños calientes. Debería iniciar actuaciones judiciales contra los responsables en vez de, poniendo una vez más los intereses particulares por encima de los generales, instruir al Fiscal General para que se oponga a ellas o indultando o conmutando penas, en un obsceno ejercicio de favoritismo e inmoralidad, a los pocos que son condenados. Ese idioma lo entendería la Unión Europea y el BCE.

Y tanto la UE como el BCE podrían entonces lanzar un mensaje similar al del Gobierno americano o el Banco Nacional de Suiza en el idioma que entienden los mercados, lo que frenaría inmediatamente la especulación y restablecería el equilibrio.

El Gobierno, con su mayoría absoluta, no puede seguir demostrando que teme más los debates parlamentarios y críticas internas que la posibilidad de perder la guerra. Y tampoco puede seguir tirándose el farol de que el resto de Europa acabará cediendo para evitar la desaparición del euro. Porque hay un límite, tanto económico como político, en el precio que esos países están dispuestos a pagar para mantener el euro; y la caída de la moneda única tendría efectos muy duros para las economías fuertes, pero volver a la peseta sería un holocausto económico para una economía con la extrema debilidad que tiene ahora mismo la española, que nos devolvería a la pobreza, impotencia y desesperación de los años 50.

La interesada sinrazón de la izquierda española no para de acusar al Gobierno de haber iniciado la destrucción del estado de bienestar. Con ello la izquierda solo confirma su divorcio de la realidad. Porque, si una reducción del estado de bienestar fuera necesaria como parte de las bajas que hay que aceptar para ganar la guerra, solo podemos decir así sea para poder recuperar ese estado de bienestar para nuestros hijos y nietos. El precio de ganar la guerra puede ser alto, pero mucho más alto será perderla. Y para ganarla, hay que hablar a cada uno en el idioma que entiende.

Juan Morano (hasta ahora senador del PP)

El Partido Popular acaba de dar una lección práctica de la total falta que tienen todos los partidos políticos españoles de la más elemental idea de lo que significa democracia. Realmente sería divertido si no fuera tan desvergonzado como bochornoso.

Resulta que uno de sus Senadores por León, Juan Morano, votó en contra de los postulados de su propio partido en el tema de la ayudas a la minería y no solo ha sido suspendido de militancia sino que se le ha abierto un expediente y al parecer se pretende multarle. Y yo pregunto: ¿quién se ha creído el Partido Popular que es para pretender sancionar, y de paso coaccionar al resto de sus cargos electos, por haber ejercido su derecho constitucional e inalienable a votar como le dicte su conciencia y como crea que sirve mejor los intereses de sus electores? ¿Es que aún no se han enterado de cómo funciona el sistema, después de casi 40 años? ¿Son así de brutos e ignorantes o es solo pura arrogancia? ¿Aprenderán alguna vez? ¿Aprenderemos los demàs?

Todos los que me conocen saben que tengo unas ideas muy claras y perfectamente definidas sobre las ayudas a la minería española, que no me corto en absoluto en expresar y que no coinciden para nada con el sentir popular y mucho menos con la imagen que pretenden transmitir y vender los mineros. Pero si el Sr. Morano tiene otras ideas, si cree que las tienen sus votantes, ha hecho exactamente lo que tenía que hacer votando según sus ideas y las del pueblo al que representa. Con ello ha demostrado personalidad, gallardía y ser el único cargo electo, que yo sepa, que no ha caído en la corrupción de la disciplina de voto.

Porque eso, señoras y señores, es lo que es la disciplina de voto: una forma de corrupción, una más de las muchas que hay. Porque el cargo electo se debe a sus electores, no al partido. Como no me canso de repetir, el partido es el medio, no el fin.

Pero aquí, merced a ese travesti democrático que llamamos Ley Electoral, los partidos quebrantan sistemáticamente no ya la Constitución sino el concepto básico de democracia exigiendo a sus cargos electos que voten según indica la línea del partido, incluso si ello conlleva votar en contra de los intereses de los ciudadanos de su demarcación. Ya lo dijo una vez el Sr. Rajoy ante las cámaras y con total descaro: “tened presente que soy yo quien hace las listas”. Es decir, tenemos una Ley que fomenta el quebrantamiento de la Constitución, que es la Ley de Leyes. Así de incongruente.

Y, al parecer, no tenemos juristas que se hayan dado cuenta de ello y lo hayan planteado como un fraude de ley a nivel constitucional. O los tenemos, pero han elegido guardar silencio, que es más cómodo y en algunos casos remunerativo.

¡Bien hecho, Sr. Morano! No coincido para nada con sus ideas sobre la minería pero tiene usted mi admiración y respeto –y me gustaría que los tuviera del resto de los españoles, pero eso es misión imposible en esta sociedad- por haber dado una lección de democracia a esos indocumentados que se hallan al frente de los partidos políticos de este país e intentan imponernos sus criterios dando por asumida la corrupción de sus cargos electos votando en contra de sus electores solo para seguir en las listas en la próxima legislatura.

Siempre se ha dicho que los niños vienen al mundo con un pan debajo del brazo, pero todos los que hemos sido o hecho de padres sabemos que es mentira. Lo mismo puede decirse de nuestros partidos políticos, que vienen al mundo con una etiqueta. El Partido Popular enarbola la bandera nacional como si le perteneciera, como si solo él tuviera un sentido del patriotismo y la defensa de los valores que nos definen como sociedad. Los partidos de izquierda, presumen de ética. Cien años de honradez, pregonaba el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra cuando ganó las elecciones en el 82. Y a continuación se lanzó a una frenética orgía de arbitrariedad y abuso de poder que fue desde el crimen de estado hasta el expolio puro y duro, dando lugar a chascarrillos que circulaban –y entonces no existía Internet a nivel ciudadano de a pie- como el de la receta de “pato a la socialista” que empezaba diciendo “se roba un pato ….”. Pero quizás lo más terrible e imperdonable que hizo aquel tándem, por afectar a la totalidad de los ciudadanos y generaciones venideras, fue la frialdad, crudeza y cinismo con que sistemáticamente nos desposeyeron de gran mayoría de los derechos y libertades que creíamos haber ganado con la democracia, y que el anterior gobierno de UCD había respetado e incluso incrementado.

Por alguna razón misteriosa, sin duda un mecanismo que actúa en el subconsciente y transcribe mensajes subliminales, la izquierda se considera la portadora de la antorcha de la ética y así lo pregonan a diestro y siniestro.  Se autodefinen como progresistas, aunque no se observa progreso alguno, como no sea en despilfarro, amiguismo y pérdida de libertades, en los sitios donde gobiernan o han gobernado. De hecho, la izquierda más pura y radical solo ha conseguido llegar al poder y gobernar a punta de bayoneta y represión, lo que no parece muy directamente relacionado con la ética o el progreso. Cambie usted a un dictador con botas por otro de alpargata y tendrá dos cosas seguras: seguirá en dictadura y el nuevo dictador pronto calzará botas. Todos los mayores recordamos el cambio de chaqueta de pana del dúo González-Guerra, en la oposición, por los trajes de Armani una vez en el poder. Pero ahí están, dando lecciones de ética.

Pero nada como una crisis, del tipo que sea, para destapar y reflejar la verdadera imagen de alguien o algo en el espejo de la vida.

Es cierto que no ha sido solo la izquierda quien nos ha llevado al punto en el que está nuestra economía, que obliga a la gente a sufrir mientras los causantes contemplan sonrientes y sin el menor rubor sus crecientes patrimonios. Ha sido la arrogancia e impunidad, tanto en la izquierda como en la derecha, que favorece nuestro sistema electoral. Pero es la izquierda quien enarbola el estandarte ético, lo cual no deja de ser grotesco a la vista de sus acciones y declaraciones públicas.

El peronismo argentino, país que había fomentado y atraído inversiones exteriores para reconstruir sus deterioradas infraestructuras, explotar mejor sus recursos naturales y fortalecer su maltrecha economía, decide que esas infraestructuras y recursos naturales deben “volver al pueblo” –léase a ellos- y, sin más, los expropia. Lo mismo hace la izquierda que gobierna en Bolivia y todos recordaremos, sin duda, la imagen en directo de Hugo Chávez en un pueblo de Venezuela diciendo “expropie, Sr. Alcalde, expropie”.

En Grecia, la izquierda del Sr. Tsipras declaró públicamente que su partido consideraba ilegales las condiciones que el gobierno anterior había aceptado y firmado para recibir ayuda y poder atender sus obligaciones y pagar los sueldos de sus funcionarios. No le hemos oído declarar la ilegalidad de los desmadres, públicos y privados, que han llevado a Grecia donde está, sino solo las ayudas para poder salir del hoyo en que se ha metido. Curiosamente, una buena parte de la población, con claro espíritu de Zorba, ha estado de acuerdo con él y le ha votado.

Y para completar el cuadro, tal enfoque ha recibido además apoyo intelectual a nivel universitario. Hace pocos días, François Chesnais, Profesor Emérito de la Universidad de París XIII, aconsejaba a España hacer lo mismo que habían hecho Argentina y Ecuador en su momento: declarar la deuda pública ilegal y no pagarla. Para él, Latinoamérica y su experiencia en la declaración de deudas públicas como ilegítimas es un modelo a seguir y va por el mundo escribiendo libros y dando conferencias sobre ello. A mí me gustaría conocerle para pedirle un préstamo, porque su teoría es un chollo. “François, por favor, préstame 100€ que ya te los devolveré en cuanto cobre la pensión a fin de mes”. Y una vez cobrada, “amigo François, examinado el préstamo que me hiciste, lo declaro ilegítimo y no te lo devuelvo”. O no pago la nevera que compré a plazos, porque declaro ilegítimo el beneficio comercial, por considerarlo alto, que tiene sobre ella la tienda que me la vendió. Y, como demostración de mi repulsa, me quedo además con la nevera. Sería genial que pudiéramos vivir así, ¿no? En la mente de Zorba, el griego, un mundo como ese sería el paraíso.

Pero resulta que este curioso economista es marxista; militante del Nuevo Partido Anticapitalista francés; escribe regularmente en el Collective Carré Rouge y en Critique Communiste; lo hizo en la desaparecida revista Socialisme ou Barbarie –única publicación que conozco que decía la verdad sobre el “socialismo” de su época, aunque lo que realmente predicaba era anarquismo-; ha publicado numerosos trabajos críticos contra el capitalismo así como de adaptación del marxismo a los tiempos actuales; y es, por tanto, un abanderado de la izquierda en su más pura y desnuda versión. Y yo pregunto: ¿es que estos portadores del gallardete ético, defensores de la igualdad, de la justicia social y de la equidad, cada vez que ponen en marcha una receta, ésta tiene que empezar por “se roba un pato …”?


¡¡Es la Ley Electoral, estúpido!!

Publicado: 18/06/2012 de Fernando Lario en Política Nacional
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Todos los que somos de mediana edad para arriba recordamos aquella frase –it’s the economy, estupid!- que, acuñada por el Director de Campaña Electoral de Bill Clinton, no solo le hizo ganar las elecciones presidenciales de 1992 sino que dio la vuelta al mundo y ha sido modificada, con cambio del tema central, para reflejar distintas situaciones y problemas en otros países y sociedades. Yo aquí añado hoy una modificación más, aplicable a España y al momento actual.

A lo largo y ancho de la geografía española solo se oyen quejas y protestas. Protestan los parados, los funcionarios, los sindicatos, los del 15M, los pensionistas, las AMPAs … Todo el mundo protesta por unos recortes que son inevitables si queremos que nos sigan prestando dinero y así poder pagar los sueldos, pensiones y servicios, aunque sean reducidos, que nos permitan seguir viviendo como país. Pero muy pocos protestan de la raíz del problema, de la verdadera causa de todos los males que asolan, han asolado y seguirán asolando –si no se le pone remedio- a nuestra sociedad. Porque la madre de todos los vicios, despilfarros, descontroles y corruptelas que nos han puesto donde estamos es nuestro sistema electoral. Por las redes sociales circulan todo tipo de ataques a nuestra clase política, el último de todos uno que declara que en España hay 445.568 políticos, 300.000 más que en Alemania (con la mitad de su población), el doble que el segundo país con más políticos de Europa –Italia- y más que la suma de todos los médicos, policías y bomberos del país, que están sufriendo los recortes presupuestarios. Ignoro si esa cifra es o no absolutamente correcta, o si incluye a los “liberados” sindicales –otra clase parasitaria- aunque lo dudo porque entonces la cifra sería aún mayor. Pero creo que nadie tiene duda de que aquí un porcentaje muy alto de gente vive sencillamente del cuento.

La crítica así, desmedida, me parece injusta y parte, una vez más, de esa obsesión de buscar la culpa en la puerta de al lado. Porque el ser humano no nace ético, se hace. La ética es algo a lo que se llega gracias a la presión social del entorno; y esa es una asignatura que los españoles no solo llevamos arrastrada desde el primer curso sino que hemos formado toda una generación que no se limita a ignorarla, la desafía. Nuestra sociedad es como un patio de recreo de guardería infantil, donde los niños simplemente se arrancan los juguetes unos a otros, sin más contemplaciones y sin que los encargados de la vigilancia se tomen la menor molestia en regañarles. ¿Alguien se ha preguntado por qué? Es fácil, y cómodo, echar la culpa al de al lado, pero el ser humano, si no cuenta con un entorno social que le presione y dirija, tiende a no ser honesto.

Recuerdo una anécdota que circulaba cuando yo era aún muy joven, según la cual un gitano que había ayudado a alguien importante que pasaba por el pueblo a salir de un apuro, preguntado por éste qué podía hacer por él para pagarle el favor, tras meditar unos segundos, contestó: verá, yo lo único que quiero es que me pongan donde haiga”.  Esa parece ser la meta de una importante cantidad de nuestros cargos públicos. Que les pongan donde haiga. Y donde hay más y, sobre todo, más asequible por falta deliberada de control real como consecuencia de una mezcla de corporativismo político, ineptitud, pasotismo y, lisa y llanamente, sinvergonzonería, es en los fondos públicos.

¿Pero es justo acusar al de al lado, en este caso a la clase política? Al final, ellos salen del pueblo y poseen, por tanto, los mismos vicios que el pueblo. Y este pueblo, que tanto sale a la calle a quejarse y protestar ahora, lleva casi cuarenta años sin querer entender ni enterarse de que es imposible controlar a los cargos públicos con nuestro sistema electoral, diseñado específicamente para crear dictadores confirmables o renovables cada cuatro años.

Porque ¿cómo se va a controlar a unos cargos públicos que se nombran entre sí, dentro de una maquinaria controlada por el inquilino de Moncloa y, en menor cuantía, por las cabezas de los partidos de la oposición que negocian y se reparte el pastel sin más interés que el personal y partidista?

Más preguntas: si usted pudiera elegir a sus representantes en cámaras legislativas y municipios,

  • ¿Se habría el Sr. Dívar, que fue nombrado directamente por J.L. Rodríguez Zapatero, sentido suficientemente fuerte y seguro como para abusar de su posición y cargar sus juergas de fin de semana al erario público? ¿No habría temido al control del propio órgano al que sirve?
  • ¿Se habrían sentado políticos y sindicalistas en los consejos de administración de las empresas públicas y especialmente de las Cajas de Ahorro?
  • ¿Se habrían utilizado los recursos de esas Cajas para dar, y posteriormente condonar, créditos a los partidos políticos?; ¿para financiar obras faraónicas sin viabilidad presente ni futura, y sin otro motivo aparente que generar comisiones?; ¿para operar con una gestión de auténtico desmadre, con consejos de administración celebrados en Chicago o en Delhi, blindajes de cargos, pensiones e indemnizaciones de decenas de millones, en lo que la última edición de la revista The Economist califica, de modo más cortés pero igualmente firme, como gestión con una ineptitud de dimensiones épicas?
  • ¿Tendríamos los problemas que tenemos con ciertas Comunidades Autónomas?
  • ¿Habrían funcionado las comisiones de investigación parlamentaria, o habrían continuado siendo un circo, como hasta ahora?
  • ¿Se habrían aprobado muchas de las leyes que se han promulgado, y rechazado otras presentadas?
  • ¿Existiría el absentismo y falta de interés que ahora se aprecia en las sesiones rutinarias de las cámaras legislativas y municipios?
  • ¿Habría la creciente falta de participación y desinterés en las diversas convocatorias a elecciones que venimos padeciendo?
  • …….
  • …….

Puedo seguir, casi indefinidamente. Pero lo importante no es hacer un listado de los errores del pasado, sino evitarlos en el futuro. Y para ello, hay que atacar la raíz del problema: se trata de un problema sistémico y por ello hay que cambiar el sistema. No basta con aplicar cuatro parches, dolorosos pero solo parches, para hacer frente a la crisis actual. Al igual que, tras unas inundaciones, no basta con limpiar el barro y conceder ayudas a los damnificados. Porque si algo podemos tener seguro, es que volverá a llover.

A esta crisis y todas sus consecuencias nos ha llevado un problema sistémico que hay que resolver con cambios de sistema, no parches, porque sin duda “volverá a llover”. Es necesario democratizar y controlar los poderes públicos, recuperar la perdida separación de poderes –resucitando a Montesquieu, aunque al caradura de Alfonso Guerra le dé un ataque- y hacer que en las cámaras y plenos municipales donde se legisla se sienten personas elegidas por usted y por mí, no por una cabeza de partido con resabios y vocación dictatoriales.

Por todo ello, dejemos de culpar y vituperar a la clase política que hemos creado nosotros mismos con el abandono de nuestras obligaciones ciudadanas, busquemos un cambio que nos permita tratar nuestra enfermedad social, que es realmente seria y de tratamiento lento y penoso, y demos el mensaje a todos los que se quejan y protestan ante lo irremediable, para que su queja y protesta no sean inútiles: ¡¡es la Ley Electoral, estúpido!!

Cuando el cinismo se disfraza de democracia

Publicado: 07/06/2012 de Fernando Lario en Comunidad de Madrid
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Esperanza Aguirre ha anunciado la reducción a la mitad del número de diputados de la Asamblea de Madrid, y naturalmente Sus Señorías no están de acuerdo. Los del PP no se atreven a decir nada, en un desesperado intento por mantener viva la oportunidad de ir en las próximas listas, sobre todo si éstas se van a ver reducidas a la mitad. Los de los demás partidos ya están vociferando, claro, puesto que no tienen nada que perder y sí algo que ganar. Así que ellos ponen los gritos, y sus colegas del PP la presión interna para convencer a Dª Esperanza que es mejor dejar el chollo como está. No claman al cielo ante la reducción del sueldo de funcionarios, el demoledor paro juvenil, la posible congelación, una vez más, de las pensiones, la malversación de fondos públicos, por decir solo unos pocos, ni, sobre todo, la total ausencia de legitimidad democrática en sus actuaciones de todos los días. Sí, en cambio, a la reducción del número de escaños.

Pero lo mejor de todo ha sido la reacción de Tomás Gómez, Secretario General del Partido Socialista de Madrid. Según él, la medida afectará a la proporcionalidad del sistema y perjudicará a los partidos minoritarios. Lo cual es una mezcla de demagogia y cara dura. Es ambas cosas porque a los dos grandes partidos, PP y PSOE, solo les preocupa la proporcionalidad del sistema cuando están en la oposición y buscan sus apoyos. Y si, para conservar esa proporcionalidad interesada, todo lo que él propone es que sigamos manteniendo a 65 gandules, me temo que está ladrando bajo la copa del árbol erróneo.

Y, para complementar el desvarío, se permite el lujo de hacer referencias a la calidad del sistema democrático. Ya lo he dicho antes, pero lo vuelvo a repetir: la calidad democrática en el sistema español sería exactamente la misma si tuviéramos un solo diputado por partido que haya ganado representación parlamentaria en las urnas, que votaran en un ordenador de 1.000 € provisto de un programa muy sencillito, de unos 300 €, que diera a cada uno de esos diputados automáticamente el número de escaños que les correspondería, según la Ley d’Hont, por el número de votos obtenidos en las elecciones. Así, con gastarnos una vez 1.300 €, tendríamos el mismo nivel de democracia que ahora en Las Cortes, en las Asambleas de Comunidades Autónomas o en los Ayuntamientos; y podríamos incluso incrementar el número de diputados y concejales virtuales, para que el Sr. Gómez no sufra por la falta de proporcionalidad de los partidos minoritarios, a cientos o incluso miles. Ahorraríamos a nivel nacional tal cantidad de dinero que no sería necesario bajar sueldos o congelar pensiones para obtener una reducción importante en el déficit presupuestario. Y, no más importante pero sí más agradable, nos ahorraríamos el bochornoso espectáculo de los escaños vacíos, los gandules dormitando en ellos, y, sobre todo, nos ahorraríamos tener que oír la tanda de incongruencias y memeces que se dicen unos a otros en los eufemísticamente llamados debates, sin más objeto que ganar puntos ante el “jefe” y así prolongar otra legislatura más el seguir comiendo de la sopa boba. Desgraciadamente eso, y solo eso, es nuestra democracia gracias a la Ley Electoral que tenemos.

Porque lo que es democráticamente inconcebible, Sr. Gómez, es que a esos diputados les nombre usted, o Esperanza Aguirre,  y no yo; que le deban su escaño, y por tanto lealtad, no a mi voto sino al puesto en la lista en que usted, o el «jefe» de turno,  los puso. Si le preocupa tanto la “calidad democrática”, Sr. Gómez, ¿por qué no hace alguna propuesta para establecerla, cambiando la Ley Electoral? Y, sobre todo, ¿por qué no deja de aburrirnos diciendo tonterías?

Reunión insólita

Publicado: 31/05/2012 de Fernando Lario en Economía
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El multimillonario Warren Buffett pidiendo al Congreso de EEUU que suba los impuestos a las rentas altas

Hace poco menos de un mes tuvo lugar en Santa Bárbara, California, una reunión de unas 35 personas, cada una de las cuales llegó a su aeropuerto en reactor privado y se dirigieron al punto de encuentro, uno de los más lujosos hoteles de California, en suntuosas limusinas. No se trataba de políticos, por lo que todo ese descomunal gasto estaba soportado por sus propios bolsillos y no los de los ciudadanos.  Era una reunión muy especial y hasta cierto punto insólita. Se trataba de reunir, bajo el mismo techo y no precisamente en una fiesta, a los americanos más ricos del momento. Tampoco era la primera vez que se reunían. El año pasado habían celebrado otra reunión, la primera con el mismo objeto, en Tucson, Arizona. Pero lo más absolutamente insólito y difícilmente creíble en el mundo en que vivimos, es el objeto de la reunión. Se trataba, nada más y nada menos, que de regalar –sí, he dicho regalar-, cada uno de ellos, la mitad de su fortuna.

Todo empezó el año pasado, en plena crisis, cuando comenzó a alzarse un clamor popular pidiendo que los ricos pagaran más impuestos. El tema no es nuevo y lo difícil siempre ha sido la definición de “rico”. ¿Es el que más tiene o el que más gana? ¿Procede penalizar a un exitoso emprendedor e innovador, que crea empresas y puestos de trabajo, con cargas fiscales crecientes que le disuadan de poner más esfuerzo y creatividad que solo conlleve un creciente expolio estatal? Para un asalariado normal, alguien que gane por encima del medio millón al año es rico. Para alguien que ha tenido una idea brillante, la ha puesto en práctica, se ha endeudado y asumido riesgos para desarrollarla –en Estados Unidos no se subvenciona a los emprendedores- ese medio millón de ingresos anuales es un premio justo a su esfuerzo y asunción de riesgos. Si se le crucifica fiscalmente, se limitará a vivir lo mejor posible y jamás volverá a asumir nuevos riesgos ni poner en práctica idea alguna. Habremos convertido a un posible genio en un simple vividor. Y son esos posibles genios quienes hacen girar las ruedas del mundo y nos benefician a todos.

¿Pero qué ocurre con aquellos que, gracias a su genialidad, han amasado miles de millones? Ahí ya no hablamos de ganar, sino de tener, y entramos en otra dimensión.

Todo empezó con una recogida de guante por parte de Warren Buffett. Este señor, el más decente –podría decir el único decente, pero temo ser injusto con otros muchos que me son desconocidos- de todos los inversores en la Bolsa de Nueva York, es uno de los dos hombres más ricos de Estados Unidos. Y lo ha hecho con una mezcla de genialidad e integridad, sin propagar rumores que favorezcan sus intereses, como desgraciadamente hacen muchos otros de los más conocidos “gurus” de Wall Street, que no son más que pandilleros sin escrúpulos que aprovechan el que sus opiniones tengan eco en los medios para difundir todo género de comentarios que influyan en los mercados a favor de sus intereses personales.

Warren Buffett ya era un filántropo desde hace muchos años. Pero, al surgir ese clamor pidiendo que los ricos pagaran más, él fue el primero en decir públicamente que estaba de acuerdo y pedía a la Hacienda americana que les cobrara más. Pronto se unió el también filántropo Bill Gates, creador de Microsoft y el otro hombre más rico del país, y, entre los dos, iniciaron un movimiento de invitación a los super-ricos  de América que culminó en la primera reunión conjunta, de toma de contacto, en Tucson.

Warren Buffet junto a Bill Gates en un debate

Esa primera reunión en Arizona sirvió para cambiar el mensaje. Los asistentes estuvieron mayoritariamente de acuerdo en dos cosas: una, que deseaban desprenderse de la mitad de su fortuna con fines benéficos; otra, que el instrumento adecuado no era la vía fiscal porque, si los fondos eran manejados por políticos, serían sin duda utilizados para fines incompatibles con el espíritu del grupo y perderían además la más importante de sus características: su voluntariedad.

Y así llegamos a la segunda reunión en Santa Bárbara de la que debían salir las bases para la creación de un gran fondo que financie proyectos concretos. Dinero no le faltará. La suma de la mitad de la fortuna de cada uno de los asistentes se asemeja al producto nacional bruto de algunos países pequeños. Los donantes no le deben nada a la sociedad, puesto que todo lo consiguieron con su esfuerzo y sin subvenciones de dinero público; y sin embargo desean compartirlo con quienes lo necesitan.

¿Estamos asistiendo a un movimiento que traspasará las fronteras americanas y se extenderá a los super-ricos del resto del mundo? Podría ser; otros movimientos han seguido esa misma ruta. Por supuesto, los incapaces, los frustrados por su propia ineptitud y los envidiosos seguirán clamando en contra de los ricos y a favor de lo “público” como medio de llegar ellos a los bien retribuidos centros de poder económico sin más mérito que su afiliación a un partido político. Pero tal vez estemos contemplando el germen del mayor movimiento de redistribución de riqueza de la Historia, con dos características fundamentales para hacerlo triunfar: una, es voluntario; y otra, no lo maneja la izquierda tradicional.

¿Riqueza del idioma?

Publicado: 24/05/2012 de Fernando Lario en General
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Un amigo me ha hecho llegar este divertido enlace a un programa de Onda Cero en el que se trata exhaustivamente de la considerable cantidad de acepciones que, con ligeras adiciones de preposiciones, prefijos y sufijos, puede llegar a tener  la palabra «cojones». Y lo muestran como prueba de la riqueza del idioma castellano.

Desde el mayor de los respetos hacia los organizadores del programa, me veo obligado a disentir. Que con el uso de una una sola palabra se puedan expresar decenas de ideas o conceptos, no constituye para nada riqueza del idioma sino más bien lo contrario. Un idioma es rico cuando contiene una gran abundancia de vocablos, de sinónimos, que permiten expresar la misma idea una y otra vez sin caer en la repetición. En este caso me temo que lo que estamos contemplando no es realmente riqueza idiomática sino más bien una obsesión, casi un culto, hacia unos atributos anatómicos que, además de intervenir en su misión reproductiva original, han sido asociados, positiva o negativamente, según los casos, con la valentía, la virilidad y la fuerza.

Procede además añadir que, habida cuenta de la considerable reducción en la tasa de natalidad de los españoles, la imbatible violencia de género y la escasa afición que demostramos en «dar la cara», esos atributos anatómicos han visto en estos tiempos reducidos drásticamente su uso y utilidad tanto real como simbólicos; por lo que, dentro de un proceso evolutivo natural de la especie, es muy posible que en un futuro simplemente desaparezcan.

Gibraltar o cómo hacer 300 años el ridículo

Publicado: 20/05/2012 de Fernando Lario en Política Nacional
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Ya tenemos un gobierno del PP y con ello vuelta a la gresca con los gibraltareños. Controles exhaustivos, molestos e innecesarios en la frontera, tensión e incidentes múltiples y, por encima de todo ello, una irritante sensación de impotencia ante la continua estupidez. Porque Gibraltar jamás llegará a ser español. Ya nos hemos encargado los propios españoles de que eso no ocurra nunca.

La cosa viene por supuesto de muy atrás pero adquiere carácter de especial virulencia durante el franquismo y sobre todo cuando Castiella fue Ministro de Asuntos Exteriores. Tal fue su obsesión, emanada lógicamente desde El Pardo, con ese tema, que fue conocido jocosamente como el “Ministro del Asunto Exterior” porque no se le recuerda otra actuación de relevancia. Su gobierno cerró la verja, concedió una pensión vitalicia a todos los obreros españoles que hasta entonces habían ido todos los días a trabajar en distintas instalaciones industriales del Peñón y decidió, por decreto, crear un polo industrial en la Bahía de Algeciras que supuestamente generaría riqueza y puestos de trabajo en la zona, mientras que los pobres llanitos languidecían en la escasez y se verían sin duda pronto obligados a rendirse y pedir por favor su incorporación a España.

No funcionó así. Quien quiera que hiciera tan brillante planificación, olvidó unas cuantas cosas; la más importante de ellas, que los gibraltareños vivían en democracia, podían opinar, viajar y vivir en libertad, algo que nos estaba vedado a los españoles. Otra, que los pueblos, puestos entre la espada y la pared, suelen reaccionar con inventiva y resolución. Así que trajeron trabajadores de Marruecos, que estuvieron encantados con la oportunidad que nuestra estupidez les deparó, viajaron al mundo a través de Londres con servicios aéreos que se reforzaron en número, y crearon un servicio de ferry con Tánger para importar todos los productos frescos que necesitaban. Los llanitos siguieron viviendo bien y libres; el polo industrial de la Bahía de Algeciras solo atrajo tres empresas, en el transcurso de muchos años, que, por sus características –refinería de petróleo, central eléctrica y acero inoxidable-, requerían personal altamente cualificado y por tanto crearon muy pocos puestos de trabajo para los locales; nuestros obreros, obligados a dejar sus empleos en Gibraltar, siguieron cobrando del Estado; y la economía de Marruecos se benefició del flujo de negocio que le habíamos regalado con nuestra genialidad política.

En vista de ello, unos años después dimos un paso más: cerramos nuestro espacio aéreo colindante con el Peñón, de modo que los aviones de la entonces British European Airways se veían obligados a describir un circulo muy cerrado de aproximación que terminaba prácticamente en la cabecera de pista, entorpeciendo y minando la seguridad de los vuelos comerciales y obligando a su cancelación con vientos de cierta intensidad, algo frecuente en El Estrecho. Tampoco funcionó. Los llanitos siguieron allí, haciéndonos cortes de manga todos los días a través de la verja; recibiendo más y más turistas por aire y mar; convirtieron Gibraltar en un punto de repostaje para buques, varias empresas de cruceros empezaron a escalar allí regularmente y, en general, continuaron prosperando mientras la zona de Algeciras y La Línea se mantenía deprimida y pobre por falta de inversiones y de actividad comercial.

Verja de Gibraltar durante la II Guerra Mundial

La verja permaneció cerrada durante 18 años. Lo cual quiere decir que hubo quienes llegaron a la edad de votar habiendo pasado toda su vida dentro de una jaula. Un excelente ejercicio español de relaciones públicas.

Mientras, la posición inglesa ha sido demoledoramente simple: el destino de Gibraltar está en manos de sus ciudadanos. Son ellos quienes han de decidir si desean ser españoles o británicos. Y tras tan simple argumento, soltaban una carcajada, porque no cabía hacer otra cosa, dado que nosotros hacíamos cada día más enemigos entre los habitantes del Peñón.

Nuestra reclamación se basa en el incumplimiento británico del Tratado de Utrecht de 1713. Según su Art. 10 entregamos la propiedad de Gibraltar –ciudad, castillo, puerto y fortificaciones- a la Corona Británica a perpetuidad, sin jurisdicción territorial alguna y sin comunicación terrestre con el territorio circundante, excepto para abastecer ocasionalmente a la guarnición y buques en puerto, cuando el acceso marítimo no estuviera abierto o no fuera seguro.

La expresión “sin jurisdicción territorial alguna” se pretende interpretar hoy como que carece de aguas jurisdiccionales; pero a principios del siglo XVIII no existía el concepto de mar interno que, junto con mar territorial, plataforma continental y zona de influencia económica, empezaron a desarrollarse un siglo más tarde y culminaron en la segunda mitad del siglo XX. Cuando se firmó el Tratado de Utrecht se consideraba que un estado tenía jurisdicción sobre aquello que podía defender desde la costa –algo parecido a lo que hoy  se conoce como “real-politik-, es decir, el alcance de una bala de cañón, lo que daría origen más tarde al establecimiento formal de jurisdicción marítima de tres millas a partir de la línea de mínimo nivel de bajamar. Cabría pensar –pero eso prefiero dejárselo a juristas estudiosos de la terminología legal del siglo XVIII- que la expresión “sin jurisdicción territorial alguna” puede interpretarse como una cesión no del territorio sino de las propiedades que en él se encuentran. Lo que dice exactamente ese artículo es “… yield to the Crown of Great Britain full and entire propriety of the town and castle of Gibraltar, together with the port, fortifications, and forts thereunto belonging; and he gives up the said propriety to be held and enjoyed absolutely with all manner of right for ever, without any exception or impediment whatsoever (… cede a la Corona de Gran Bretaña la entera y completa propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, junto con su puerto, fortificaciones y fortines pertenecientes a los mismos; y entrega dicha propiedad para su tenencia y disfrute absoluto con toda clase de derechos para siempre, sin excepción o impedimento de cualquier tipo)”. Esta interpretación –motivada por el hecho de que se refiera a estructuras y no a territorio- nos llevaría a considerar que lo que adquirió Gran Bretaña, como consecuencia del Tratado, fue lo que ellos llaman un “leasehold”, algo parecido a nuestra concesión administrativa aunque, eso sí, a perpetuidad; y en tal caso podría estar justificada la opinión española de que Gibraltar, según el Tratado de Utrecht, carece de aguas jurisdiccionales.

De cualquier manera, el mundo ha cambiado mucho desde 1.713. Nosotros hemos sido los primeros en incumplir el Tratado con varios intentos de recuperación por la fuerza, el primero de ellos solo 14 años después de su firma, con lo que no hemos demostrado mucho respeto hacia los tratados internacionales que firmamos. Gibraltar dejó de ser una colonia hace años, para convertirse en un territorio autónomo británico de ultramar con su propio gobierno y parlamento. Hoy día es impensable que un territorio costero carezca de jurisdicción sobre sus aguas más próximas. El Reino Unido ya no es un enemigo de España, sino un aliado en la OTAN y miembro de la Unión Europea.

La Administración socialista de Felipe González ya inició unas negociaciones que culminaron en una declaración bilateral por la que se pretendía llegar a un sistema de administración conjunta del territorio; pero como no renunciamos a la reivindicación de soberanía, el asunto no prosperó.  Una de las pocas cosas sensatas que hizo la Administración de Rodríguez Zapatero en política exterior fue normalizar las relaciones con Gibraltar –paso muy criticado en su momento por el PP en la oposición- con lo que gozamos de un período de relajación que benefició a ambas partes, como puede apreciarse en un mayor desarrollo local de La Línea y Algeciras. Con el regreso del PP al Gobierno Central, vuelve la tensión. ¿Por qué?

Es no solo absurdo sino ridículo, estúpido y manifiestamente incompetente volver a crear incidentes fronterizos como los que estamos viviendo, más propios de países tercermundistas. España debe hacerse a la idea de que Gibraltar continuará siendo británico sencillamente porque así lo quieren sus habitantes y el Reino Unido está dispuesto a apoyarles. Por la misma razón por la que Ceuta y Melilla seguirán siendo españolas mientras sus habitantes así lo deseen y España esté decidida a apoyarles. Así que, o lo recuperamos por la fuerza, con todas sus consecuencias, o abandonamos la reivindicación de soberanía y nos sentamos con ellos a diseñar un modo de convivencia en el que no haya problemas y, de haberlos, se resuelvan mediante arbitraje o en tribunales y no mandando a la Guardia Civil supuestamente a defender a unos pescadores para luego decirles que se retiren.

Llevamos 300 años haciendo el ridículo en Gibraltar. Creo que ya es hora de que dejemos de convertirnos en el hazmerreír de los británicos.